Wilson Garcia (5-05-13).- Cuando, aún colegial, entraba a navegar sobre los anaqueles de Los Amigos del Libro en esa tiendita inolvidable de la calle Perú (hoy avenida Heroínas) casi España, buscando títulos a precio de liquidación que don Werner Guttentag exponía con frecuencia para dar cabida a nuevas publicaciones de su editorial, solía cruzarme con un anciano de figura delgada y mirada apacible que por información de don Rolando Mayorga —el encargado y Cicerón de la librería— supe que era el escritor Jesús Lara.
El anciano entraba y salía de la oficina de don Werner tramando sabe Dios qué aventuras bibliográficas desde aquella vez que Guttentag salvó de la hoguera ejemplares valiosos de “Guerrillero Inti”, biografía que Lara escribió en plena dictadura militar acerca del heroico lugarteniente del Che, yerno del escritor.
Cuando comenté a José Nogales Nogales sobre aquella imagen que guardo del benemérito novelista siempre luciendo una cachuchita de partisano valluno, don Chechi me devolvió otra imagen que él retuvo sobre los últimos días del autor de “Repete”, “Surumi” y “Yanacuna” (novelas todas editadas por Guttentag): Lara se murió con la sospecha de que la CIA, que no dejó de perseguir al Inti Peredo hasta asesinarlo, también seguía vigilando al escritor incluso más de dos décadas después de Ñancahuazú, porque alguien en Washington se había olvidado desactivar la orden de seguimiento.
En 1980 —siempre a iniciativa del generoso Guttentag—, Los Amigos del Libro publicó un compilado de entrevistas que 16 periodistas y escritores realizaron con Jesús Lara a lo largo de 30 años, desde 1950. Esa joyita bibliográfica dirigida y prologada por Luis H. Antezana constituye una de las fuentes fundamentales para introducirse en la obra y el pensamiento del escritor punateño.
Una de las entrevistas compiladas por Cachín Antezana fue realizada por Alfredo Medrano a principios de los 70; en ella Jesús Lara desmitificaba el “boom” latinoamericano poniendo en duda la originalidad creativa de autores como Cortázar, García Márquez o Vargas Llosa, a los que acusó de formar una sociedad de socorros mutuos de efímera vigencia:
“En los escritores del ‘boom’ no hay ninguna técnica nueva” —decía Lara—. “García Márquez retrocede muchos siglos para espigar en los predios de las ‘Mil y una noches’ y nutrirse con Amadis de Gaula. Vargas Llosa es epígono del norteamericano William Faulkner; en ‘La ciudad y los perros’ y en ‘La casa verde’ palpita la técnica de ‘Las palmeras salvajes’. En ‘Conversación en la catedral’ aparece el espinazo de ‘¡Absalón! ¡Absalón! y también el gesto de James Joyce. A éste le toma lo menos digno que tiene de imitarse. Ejemplo: ‘Un tipo podría darse fácilmente un jodido porrazo’ (en ‘Ulises’ de Joyce) lo mismo que ‘El jodido botón de la camisa’ o ‘¿En qué momento se jodió el Perú?’ (en ‘Conversación en la catedral’ de Vargas Llosa). También Cortázar es un prestidigitador y forja rompecabezas en ‘Rayuela’, con reminiscencias de James Joyce”.
En el 2007 visité a don Werner Guttentag en su tienda de la calle Ayacucho y entonces recibí de sus manos un regalo que atesoro como un recuerdo póstumo del entrañable fabricante de libros: la primera edición de “La Cultura de los Inkas” de Jesús Lara, lanzada por Los Amigos del Libro en 1966, de la cual se editaron sólo 300 ejemplares encuadernados con tapa dura, y uno es el que me regaló el dueño de la editorial.
En esa obra de Lara hallé muchas pistas que me han permitido profundizar en mis indagaciones sobre los mitos del Pachacuti y los orígenes pre-colombinos de Cochabamba, que se remontan al Cuzco en la era dorada de Huayna Cápac.
Los bolivianos le debemos a Jesús Lara nuestro conocimiento sobre la estética indígena en la historia nacional, y a Werner Guttentag le debemos los libros de Lara.
Fuente: Los Tiempos
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