Por Coco Manto.- Alejo Calatayud (1705-1731) debería ser honrado como el protomártir de excepción en la historia boliviana porque fue uno de los primeros jefes insurgentes victoriosos contra el poder español; se alzó en armas 50 años antes de la rebelión aymara que encabezara Túpac Katari (Julián Apaza) y 79 años anteriores a la gesta de Pedro Domingo Murillo.
Nacido en Cochabamba, el mestizo Calatayud era un joyero de filigranas trabajadas con la plata de Potosí y de Oruro; tenía un taller con operarios y se alzó en armas cuando la Corona decidió elevar desmedidamente los impuestos no sólo a artesanos y comerciantes sino al trabajo y producción de los indígenas lugareños, un gravamen, además, contra las leyes vigentes.
Junto a enardecidos vecinos de la comarca valluna, Alejo Calatayud lanzó el 14 de noviembre de 1730 lo que se denominó “la revolución comunera” y con una bandera roja como emblema de rebeldía comandó la destitución de las autoridades abusivas; con palos, piedras, sogas y uno que otro arcabuz, dos mil alzados desbarataron el ataque de un batallón realista a cuyos jefes militares dieron muerte.
Alejo, el platero, fue elegido algo así como concejal junto a otros alzados, pero apenas dos meses después (el 31 de enero de 1731) fue traicionado por sus camaradas, decapitado y descuartizado en la colina de San Sebastián, el mismo lugar donde casi 80 años después, el 27 de mayo de 1812, fueran inmoladas las patriotas que la Historia consagra como las Heroínas de la Coronilla. Alejo Calatayud: “Su cuerpo despedazado no es velado en ningún templo, pero queda consagrado en el altar de ejemplo”.
En la Colina de San Sebastián fue que murió, en 1812, Manuela Gandarillas, la jefa ciega de las mujeres que salieron a resistir al “Demonio de los Andes”, el cruel brigadier arequipeño Manuel Goyeneche. Lo que pocos saben es que en esa misma colina fallecieron ese día, también en combate, otras dos Manuelas: la esposa de Esteban Arce, Manuela Rodríguez, y Manuela Saavedra.
Se sabe hoy que la ceguera de Manuela Gandarillas fue causada por la diabetes que sobrellevaba la altiva dirigente de las mujeres anticolonialistas que vendían alimentos en el mercado de Caracota.
Giran estas historias en un cautivante producto musical del cantautor cochabambino Marco Lavayén. El disco compacto titulado “Llajta Kanata Cantata” fue estrenado el año pasado en ocasión del bicentenario independentista de Cochabamba. En esa obra, con las letras de quien escribe esta crónica, se relata la gesta de Calatayud, la revolución de Esteban Arce, de Rivero, Guzmán, del Presbítero Santisteban, de las mujeres de la Coronilla y de los miles de pobladores que testimonian, según canta en ese disco un coro de 15 voces organizadas por el artista César Junaro: “Incomparable es la gloria de Cochabamba en Septiembre, por eso traigo memoria de su historia. Siempre, siempre…”
El disco que aquí comentamos es hechura de Marco Lavayén con el concurso de su grupo vocal Savia Sur, de los instrumentistas Fidel Lara, Christian Cuéllar, Bernabé Guzmán y Karen Arce, y el coro dirigido por Junaro lo integran Carmen Luz Villarroel, María Salazar, Andrés Crespo, Paola Granado, Ligia Sarmiento, Pamela Guidi, Claudia Rosell, Lily Beccar, Alejandra Aguilar, César Ondarza, Carlos Gutiérrez, Christian Nogales, Giovanni Silva, Héctor Lazarte y Sebastián Knutti.
Es trascendental la Cantata para la Llajta; tiene estrofas decidoras, tales como “Patria libre, ahora o nunca, esa es la consigna seca en lo alto de la wallunka y en el ¡Ahora! de la cueca”. “El pueblo gana la calle, la independencia merece; corre la sangre en el valle y el Tunari se estremece”. “Se juntaron los destinos para hundir a la Corona, ahora todos los caminos nos conducen a Aroma”. “Ya nadie acepta el ultraje, la indiada ya no se calla, y en Aroma el coloniaje ha perdido la batalla” y, en fin: “Septiembre ochocientos diez, el pueblo siente la urgencia de proclamar de una vez, carajo, la independencia”.
Tal vez habría sido bueno añadir en esa obra musical que la lucha del 14 de Septiembre cobijó el nacimiento de una epopeya guerrillera y popular que llegó, invencible y generosa, al nacimiento de Bolivia en Sucre, en 1825. Esa copla tendría que decir, por ejemplo: “Ya la mecha está prendida y corre en la cacharpaya con su victoria encendida: la Guerrilla de Ayopaya…”
Da orgullo escribir sobre el valor cochabambino y sus hechos revolucionarios, como el que consagra en estos días al estirar los brazos solidarios al norte sustancial de la patria, cruzando el tipnis, para dejar atrás esa copla anacrónica y ya insulsa del “Salve oh Patria” que estamos entonando desde hace mil años: “Guarda el Beni tu hermoso futuro…”
Fuente: Cambio
Imagen: Hans Hoffmann
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