Lucía Sauma (4-10-12).- Tiene 35 años, el diagnóstico médico confirma su muerte cerebral. No se cayó, no tuvo un accidente, no estuvo enferma, así la dejó su esposo, con quien está casada desde hace 18 años. Sucedió en Santa Cruz el 27 de septiembre. En Bolivia se reporta que siete de cada diez mujeres son víctimas de violencia intrafamiliar. Miriam es una de ellas.
Cada año, en el país se conocen 80 mil denuncias de mujeres que son golpeadas, insultadas o vejadas sexualmente en sus propios hogares y por sus parejas. Verdugos disfrazados de príncipes, son los mismos que les regalaron una rosa en primavera y terminaron dejándoles marcas en el rostro, en los brazos, en el pecho, en las piernas hasta destrozarlas en el cuerpo y en el alma.
El 6 de abril de este año, en la ciudad de El Alto, la madre de Janet abrió el ropero y encontró el cadáver de su hija en estado de putrefacción. Hacía seis días que su esposo la había estrangulado. Luego, con toda saña y premeditación (porque así actúan los maltratadores y asesinos de mujeres), la escondió en su ropero y huyó. Mucho antes de su muerte, Janet había denunciado a su marido por maltratos, estuvo separada, pero él la persiguió, la convenció y la mató.
Los feminicidios no se dan de un día a otro, detrás de cada caso hay una larga historia de violencia, que comienza con un “no me gusta que te pongas ese vestido” o “¿por qué te mira ese chico?”, se inicia en la etapa del noviazgo. Después será un pellizco o un jalón de cabellos, por celos.
Si la relación continúa, las agresiones también. Primero una bofetada, luego una patada, golpes, insultos, violaciones no reconocidas, silencios y pretextos para esconder el círculo infernal de la violencia. No es exagerado hablar de infierno, que baste conocer los días y las noches de Mercedes (nombre ficticio), que durante nueve años escuchó a su esposo decirle que era fea, que no podía entender cómo él se había fijado en ella, que no servía para nada. Las palabras se volvían golpes. Ella no podía decir qué dolía más, si su mano cuando se estrellaba en su cara o el insulto que la dejaba como piltrafa. Perdió su tercer hijo por las patadas que él le dio en el vientre hasta hacerle abortar. Mercedes creía que así era la vida de las mujeres casadas.
Miriam, Janet o Mercedes no pudieron romper el círculo de la violencia. Distinta fue la historia de Teresa, quien una noche, tras ser violada por su esposo y tener cortaduras en sus piernas, decidió salir de su casa sin mirar atrás, 11 años le tomó darse cuenta de que la violencia no es normal. Teresa está viva y proclama a los cuatro vientos que es un derecho humano vivir sin violencia. Que ninguna mujer debe soportar y callar ante la violencia.
Fuente: La Razon
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