Willliam Lacy Swing* (18-12-13).- Llevo varios años diciendo que podemos resumir la migración con un puñado de palabras que empiezan por D: demografía, demanda, desigualdades y deseos. Este año sumaré una más: desesperación. El mundo observó con horror como unos 360 migrantes africanos morían ahogados en octubre a escasos metros de su destino final, la isla italiana de Lampedusa.
La vida de otros cientos se ha truncado en el viaje de Indonesia a Australia, o en las costas de Tailandia. Los migrantes centroamericanos que intentan pasar de México a Estados Unidos son objeto de violaciones, robos, palizas y asesinatos. Los migrantes africanos mueren de sed en mitad del desierto, y sus huesos son el único testimonio de este viaje fallido. ¿Por qué la gente arriesga sus vidas y las de sus familias, una y otra vez, a cada hora, todos los días, cuando lo mejor que les espera es una ingrata bienvenida? La respuesta es sencilla: por desesperación. Tienen miedo de permanecer en países en los que se enfrentan a persecuciones o en los que su familia se muere de hambre. Esa desesperación hace que el riesgo mortal que corren sea una apuesta que merece la pena. Los migrantes que van en busca de sus sueños se enfrentan a la muerte, peligros y desilusiones.
Es posible que carezcan de bienes materiales y de fe, que contraigan ingentes deudas con empresas corruptas de contratación, o con tratantes y traficantes, con la esperanza de llegar a un lugar seguro en el que empezar una nueva vida. A menudo, lo que les mueve son las condiciones económicas y la falta de tierras en algunos de los lugares más peligrosos (en las costas, las laderas de las montañas, en las riberas…), así que, cuando las catástrofes naturales arramblan sus modestas viviendas, acaban por migrar. Creemos que 2013 puede haberse cobrado un número récord de vidas de migrantes.
Nunca conoceremos la cifra real, ya que muchos de estos migrantes mueren de forma anónima en desiertos, océanos o en otros accidentes. No obstante, según nuestras cifras, al menos 2.360 han muerto este año cuando perseguían el sueño de una nueva vida. Esto es, más de seis al día; uno cada cuatro horas. Vivimos en una era de movilidad humana sin precedentes, en el que hay más gente que se desplaza que en ningún otro período de la historia del que se tenga constancia. Las catástrofes naturales y los conflictos influyen en estos niveles de migración más altos: 5.000 personas abandonaron a diario Filipinas central el mes pasado tras el paso del tifón Haiyan. Tan solo en diciembre, otras 100.000 huyeron de los enfrentamientos en la República Centroafricana. Las fronteras se cierran a cal y canto para los migrantes más pobres y desesperados. La respuesta de algunos países a las señales políticas de alarma es la de reducir la inmigración. Resulta paradójico, sin embargo, que en un período en que una de cada siete personas en el mundo son, de alguna forma, migrantes (y más de 232 millones de personas vive fuera de su país natal), asistamos a una dura respuesta a la migración en el mundo desarrollado.
Hay pocos países desarrollados dispuestos a aumentar los niveles de inmigración y, si lo hacen, suele ser con trabajadores muy cualificados. Esto se traduce en una vigilancia fronteriza más estrecha y en menores oportunidades para los migrantes potenciales. Si le sumamos las perturbaciones políticas y económicas, tenemos como resultado que la gente se lance a los brazos de traficantes de personas, cuya actividad carente de escrúpulos, valorada en unos US$ 35.000 millones al año, es la que registra el mayor crecimiento en el mundo de la delincuencia organizada. La migración se remonta a los albores de la humanidad, pero debemos empezar a considerarla desde un punto de vista nuevo y más inteligente.
Ningún país quiere teñir su suelo ni su conciencia con la sangre de los migrantes. La OIM pide que se formulen políticas que velen por los derechos humanos de quienes abandonan sus hogares. Estamos preparados para prestar asistencia a nuestros Estados miembros en este sentido. Necesitamos medidas que permitan a los empleadores de países con escasez de mano de obra contratar a personas desesperadas por trabajar, así como garantizar que estas no sean víctimas de la explotación ni de la violencia de género. Debemos trabajar aplicando un enfoque de gobierno plenamente integrado, que abarque a toda la sociedad, en el interés superior de los países, las comunidades y la población, en particular de los propios migrantes. No me tachen de inocente. Gestionar la migración es una ardua tarea y es posible que requiera situaciones híbridas. Los visados de corta duración, los permisos temporales, las prestaciones sociales transferibles, entre otras, son algunas de las iniciativas que se han puesto en marcha en diferentes rincones del planeta, y creo que son pasos en la dirección adecuada.
En 2016 se celebrará una Cumbre Humanitaria Mundial, en la que la OIM planteará la siguiente cuestión: ¿Cómo puede garantizar la comunidad humanitaria mundial que las agitaciones políticas, las tensiones económicas y las catástrofes naturales no desemboquen en nuevos desafíos que aboquen a los migrantes, angustiados y abandonados a su suerte, a tomar medidas desesperadas?
* Director General de la OIM
Fuente: Prensa ONU
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