LR (3-09-13).- Según estimaciones del Viceministerio de Defensa Civil, a raíz del intenso frío y las persistentes nevadas que han caído los días pasados en 25 municipios del país, al menos cinco personas fallecieron, cerca de 28.000 hectáreas de cultivos fueron destruidas, miles de animales murieron y otros 70.000 pueden correr la misma suerte, afectando seriamente a más de 5.000 familias.
Mientras esto ocurre en el occidente boliviano, en estos momentos cerca de 200 bomberos y funcionarios de Defensa Civil tratan de controlar las llamas que amenazan con destruir las viviendas y estancias ganaderas de tres comunidades de la Chiquitanía, en Santa Cruz.
Si bien los incendios forestales se deben principalmente al empleo irresponsable del fuego para preparar la tierra para la siembra, a diferencia de las nevadas y heladas que devienen por factores climáticos ajenos al control del hombre, en ninguno de los dos casos se han adoptado medidas previas para eliminar o al menos reducir su impacto.
En efecto, pese a que estos fenómenos se repiten periódicamente en regiones claramente identificadas, poniendo en riesgo la vida de las personas y animales, arrasando cultivos y viviendas, en el país aún no existe una cultura para prevenir o al menos reducir los efectos climáticos adversos y las malas prácticas del agro boliviano. Cada año, en la planificación y gestión del desarrollo del país, las secuelas del cambio climático y los chaqueos son asumidos como si se tratasen de asuntos nuevos.
Se sabe que el costo de enfrentar una emergencia (ya sea un incendio, una nevada, una inundación o una epidemia) no sólo es mucho mayor que el de prevenirlo, sino también y sobre todo menos efectivo. Una gestión responsable con miras al futuro permite evitar o al menos atenuar las consecuencias de los desastres naturales, y reaccionar ante imprevistos de gravedad. Y si bien en un principio se necesita invertir tiempo, dinero y esfuerzos en tal sentido; con el tiempo, los gobiernos locales y los hogares se podrían ahorrar ingentes cantidades de recursos y molestias ocasionados por las pérdidas agrícolas y estructurales que generan los desastres naturales; sin olvidar los elevados gastos en los que se incurre cuando éstos se presentan. Además, y más importante aún, la prevención es la única manera de salvar vidas humanas.
A pesar de estas ventajas, todavía son muy pocas las gobernaciones y municipalidades que han incorporado efectivamente la gestión de riesgos y el análisis de los peligros climáticos en la planificación y gestión del desarrollo. En el país aún se concibe la gestión de riesgos solamente como la atención de las emergencias y el apoyo a las víctimas; y no como un proceso planificado, concertado, participativo e integral, para contrarrestar las condiciones de riesgo de desastres, en la búsqueda de un desarrollo sostenible.
Fuente: La Razon
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